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Villa Pehuenia, el paraíso entre araucarias

25/01/2017



La 4x4 trepa y trepa una huella que se hace más y más empinada. Hasta que paramos y continuamos a pie, con esfuerzo y voluntad. Qué mejor que sentir el sol y la brisa en la cara y, al llegar a la cima, mirar alrededor: la laguna del volcán ahí abajo, a nuestros pies; el inmenso y azul lago Aluminé, rodeado de montañas y con una península que se interna en él en la que se suceden casas, cabañas y hosterías, semi escondidas por el bosque de araucarias y pinos. Más a la derecha, el lago Moquehue, conectado con el Aluminé por un pequeño río en La Angostura, y rodeándolo todo, la imponencia de la Cordillera. Uno, dos, tres, cuatro... siete volcanes a la vista, desde el Lanín en el sur hasta el Copahue al norte, con su fumarola despidiendo un humo gris que se lleva el viento.


Nuestra última excursión en Villa Pehuenia, en la provincia de Neuquén, no podría regalarnos mejor postal para despedirnos, como si nos preguntara si de verdad vamos a irnos de semejante lugar. Y la verdad es que dan ganas de quedarse. Pero en serio, un “quedarse” de esos de echar raíces, de no irse más. Como hizo tanta gente que no quiere salir de aquí ni a la esquina. Por ejemplo, Martín Maldonado, quien nos guía en este recorrido por la cima del volcán, dentro del parque de nieve Batea Mahuida -que también abre en verano para trekkings, bicicleteadas, cabalgatas-: Martín llegó de Córdoba hace más de 10 años, fue el primer secretario de turismo y hoy es docente en una secundaria con orientación turística en Loncoluan, además de alquilar kayaks a orillas del lago.


Con nombre propio

Desde cualquier rincón del pintoresco pueblo, desde la ruta, desde una de sus tantas playas, desde donde sea, las vistas son perfectas. Y no es sólo el paisaje el que encanta en esta villa de montaña; también su estilo, con casas de madera y piedra, calles empedradas, y su escala. Porque aunque creció bastante en los últimos años, aún no supera los 2.500 habitantes, y eso la hace mantener una escala humana que no agobia con ruidos, tráfico ni grandes construcciones que le quiten protagonismo a lo importante aquí: la naturaleza.

Esa escala hace que aquí todos tengan nombre, todos se conozcan y el turista al segundo día ya ande saludando gente por la calle. “Vayan a comer a lo de fulano”, tal cosa se consigue “en lo de mengano”, o “pueden parar en las cabañas de zutano”. Esta aldea de cuento de hadas tiene protagonistas, con nombre y apellido y una historia por contar.

Como don “Moni” Lagos, quien nos busca en el aeropuerto de Neuquén. Nacido en Pehuenia -bueno, en Zapala, como casi todos los locales-, lleva más de 50 años y tres hijos viviendo entre lagos, araucarias y volcanes. Y se encarga de regar las calles de tierra con un camión hidrante. “Me resulta más cómodo que esta camioneta”, dice mientras paramos al borde de la ruta en Plottier para comprar cerezas recién cosechadas. Es interesante la ruta desde Neuquén: arranca en plena estepa, con arbustos torcidos por el viento, atraviesa Plaza Huincul y Cutral Co y, después de Zapala, entra en otra dimensión: empiezan subidas, curvas y contracurvas, se trepan las primeras colinas, y en Primeros Pinos aparecen las primeras araucarias. El sol y el calor mutan en nubes y aire fresco, y en el horizonte se divisan las cumbres nevadas de la Cordillera.

O como Matías Tesoriero, que nació en la cordobesa Villa Giardino y era chef en Marbella cuando surgió la oportunidad, hace 8 años: no lo dudó y se vino a cocinar a La Escondida, la posada top de Pehuenia, con playas propias sobre el lago. Hoy tiene el restaurante Borravino, donde invita con unas empanadas geniales, una tremenda tabla de fiambres y quesos o un tapeo caserito para chuparse los dedos mientras por los amplios ventanales entre el reflejo del sol en el lago.

Historias en el Impodi


Al otro día, en el centro -“en la puerta del restaurante de Rodrigo”- nos espera Facundo Faccio con su Land Rover que lleva tatuado el logo de “Impodi”, nombre de su agencia y también de un cerro de las cercanías. Partimos por la ruta 23 trepando la montaña, y justo allí donde se dirige al paso Icalma -la frontera está a 13 km;Temuco, a 150- desviamos por la 11 rumbo al oeste, a Moquehue, pueblo vecino a Pehuenia que es mucho más chico pero viene creciendo fuerte. “Tiene el futuro de San Martín de los Andes, porque está en un valle muy similar, en la punta del lago”, me dirá después Walter Rodegher ante la vista perfecta de su hostería, Al Paraíso.

Moquehue tiene su avenida ya preparada para el crecimiento que vendrá y algunas casas y cabañas, y Facundo -que nació en Zapala y tiene la agencia con su mujer, Ena, nacida en Gral. Roca- cuenta que en 1940, el pueblo que hoy roza los 350 habitantes tenía 1.400. Es que aquí estaba la mayor producción forestal de la provincia, que hacía madera terciada de araucaria cuando la especie no estaba, como ahora, protegida. Los troncos se mandaban “lago abajo” y se cargaban en camiones en La Angostura, allí donde el Moquehue se une con el Aluminé.

Y ya que hablamos de la araucaria araucana, hagamos un impasse, porque esta zona es la única en el mundo que cuenta con bosques naturales de esta especie, que para los mapuches es Pehuén y es sagrada, y está protegida tanto en Neuquén como al otro lado de la Cordillera, en la región chilena que no casualmente se llama Araucanía. Desde Rahue, al sur de Aluminé, hasta Copahue, al norte de Caviahue, se extiende la Ruta del Pehuén neuquina, que invita a disfrutar impresionantes paisajes y realizar múltiples actividades -rafting, kayak, mountain bike, trekking, avistaje de aves y fauna, rappel, etc., etc.- a la sombra de sus pinchudas ramas.

Pero volvamos a Moquehue. Porque ahora seguimos hacia el oeste rumbo a Pulmarí, una reserva forestal interestadual a la que muy pocos tienen acceso, entre ellos Facundo. Abrimos el candado de una tranquera y desandamos una huella en medio del bosque -aunque estamos a 25 km de Pehuenia, aquí llueve seis veces más, por lo que la vegetación es mucho más densa-. Son rastros de Selva Valdiviana, poblada de cañas de colihue, que se mezcla con la estepa y el desierto de altura. Hasta que de pronto salimos al timberline, esa línea a partir de la cual no crece más vegetación, que aquí se ubica en los 1.700 msnm. El denso bosque se transforma en un desierto en la ladera de la montaña justo antes de llegar al Mirador del Impodi, que se ve, inmenso, a nuestra derecha. A las espaldas, el volcán Sollipulli vestido de un blanco impecable -una nevada reciente-; y al frente, allí abajo, los dos lagos, los valles, las araucarias. ¡Clic!

Todo termina justamente por allí, en una playa idílica en la punta del Moquehue, con una picada de película que por un rato parece ser el objetivo de las gaviotas que merodean.

El “restaurante de Rodrigo” es Místico, y él, Rodrigo Monedero, que vivía en Santa Rosa cuando escuchó por radio que había una fiesta en Villa Pehuenia. Averiguó por Internet dónde era el lugar, llamó y pidió con el intendente para preguntarle qué podía hacer. A los tres días vino, alquiló un salón sin saber para qué y se volvió.Al tiempo regresó, puso un drugstore, después una mercería, después una representación, luego otra, y hace cinco años abrió Místico, un buffet libre con especialidades como cordero, trucha, pollo al disco.

¡Taxi! El conductor es Nicolás, y en el viaje de 10 minutos hasta la cabaña con vista al lago nos cuenta que llegó de Caballito hace 10 años y con su esposa, de Santa Fe, tienen un hostel en Moquehue. Todos aquí parecen tener una buena historia para contar.

En dos ruedas

Con la mañana fresca pero un sol que anuncia un gran día llegamos a orillas de la bahía. El lago parece un espejo e invita a unos relajados mates bajo una araucaria, pero vinimos a encontrarnos con Fernando Mocco y sus bicis. Fernando llegó hace no tanto de San Lorenzo, Santa Fe, y ama tanto la naturaleza que se emociona cuando habla del lugar. Compró unas Giant en Chile y nos equipa por completo antes de salir: guantes, casco, anteojos y consejos para pedalear, bajar, pasar un vado, esto y aquello.

Y el paisaje se disfruta de otra manera desde una bici. Arrancamos por un sendero “de entrenamiento” y entrada en calor al costado de la ruta, y después por un camino rural entre araucarias y vadeando arroyos, hasta un bosquecito autóctono en la ladera. Dejamos las bicis y caminamos unos 15 minutos hasta bajar a un paraíso privado: una pequeña playa a orillas del súper calmo lago Moquehue. De la mochila de Fernando salen mates y alfajores de harina de piñón, especialidad local. Mates, charla y regreso por un camino que bordea el lago, mientras el guía nos cuenta secretos de la naturaleza, las araucarias y los animales que se ven por aquí. Es la salida más sencilla, para todo el mundo, porque también hace otras tres excursiones, la más exigente, hasta la cima del Batea.

La ruta de los 5 lagos

Judith es catalana pero en Pehuenia la rebautizaron “la gaita”. Vino a la Patagonia pensando que iba a encontrar selva y monos como en el Amazonas, y no pudo creer lo que vio al llegar. Lo cuenta entre risas en su restaurante, Patagonia Bistró, donde hace honor a las truchas, corderos y ciervos de la zona, en un paraíso de madera, con salamandra de hierro y el lago al alcance de la mano.

Enseguida partimos con Martín Maldonado a hacer el Circuito Pehuenia, un recorrido de 130 km y cinco lagos, casi “obligatorio” aquí. “Es nuestra versión de la Ruta de los 7 Lagos”, dice mientras vamos hacia el sur por la ruta 23 junto al lago 1, Aluminé, y al rato entusiasma la primera parada: un viejo puente colgante sobre el cristalino río Aluminé, que en 2018, junto con el cercano Ruca Choroy, serán sede del Mundial de Rafting. Aparece el asfalto y enseguida doblamos al oeste por la ruta provincial 11.

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